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El Cristo negro está de viaje

Por Alberto S.Barrow N.

Existen varias historias sobre el origen del Cristo Negro de Portobelo. Una de ellas cuenta que un barco que se dirigía a Cartagena, Colombia, cada vez que intentaba zarpar de Portobelo, un pequeño y pintoresco pueblo de la Costa Atlántica de Panamá, se desataba una violenta tormenta, que obligaba a la nave a regresar al puerto. En el quinto intento estuvo a punto de naufragar, por lo que sus tripulantes decidieron aligerar la carga tirando por la borda una enorme y pesada caja que llevaban en la bodega. Luego, el barco se alejó sin problemas. Tiempo después, un puñado de pescadores encontró una caja flotando en el mar y la trasladaron a la iglesia del pueblo. Dentro de ella se hallaba un Cristo negro.

Aquello ocurrió por allá en tiempos de la colonia. Desde entonces, y a la fecha, cada año miles de devotos bajo torrenciales aguaceros propios del mes de octubre se trasladan a Portobelo para venerar a “El Nazareno”, otro de los tantos nombres con los que ha sido bautizada esta impresionante efigie de ébano. Como se puede derivar del relato fue un viaje frustrado el que decidió, en aquel entonces, el paradero del Cristo de piel oscura. Pero su peregrinaje no parece haber culminado porque si bien la efigie, con un peso de más de 500 kilos, reposa en la Iglesia de Portobelo, su hálito cautivador de la adoración de sus fieles ha continuado viajando.

Ya se cuentan unos años [treinta] desde que El Nazareno llegó a Nueva York. En esta ocasión, no ha sido el resultado de una mala jugada de la naturaleza ni del pragmatismo de unos hombres de mar. Este sorprendente hecho es obra del fervor de una mujer panameña afrodescendiente nacida en la provincia de Colón, quien animada por la fe ha venido agitando a miles de almas de inmigrantes caribeños, mexicanos, colombianos, peruanos y panameños, a efecto de que abracen como propio, allá en la Babel de Hierro, al Cristo Negro de Portobelo, bienechor de los necesitados y hacedor de milagros.

Esa recreación anual de los ritos que se practican en el pequeño poblado de la Costa Atlántica de Panamá tiene por escenario a la Iglesia Nuestra Señora del Refugio, ubicada en Brooklyn, N.Y. Al igual que acá, año tras año, muchos devotos acuden el 21 de octubre a retribuir favores celestiales, a “pagar mandas” (dar gracias) por los milagros que reparte El Nazareno.

La cuestión está bastante clara. La gente carga con su fe adonde quiera que vaya.
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Extracto del artículo publicado en el libro PIEL OSCURA PANAMÁ, Editorial Universitaria _Carlos Manuel Gasteazoro_*. *Panamá, 2003