Jóvenes rompen el tabú sobre la salud mental: no es malo ser frágil
Madrid, 10 oct (EFE).- En la salud mental, el silencio no es la inacción sino la primera reacción posible; el silencio en el trabajo, en la familia y sobre todo, ante uno mismo. La negación es la herramienta que los jóvenes españoles tenían a mano, pero que ya no quieren usar, ahora elevan la voz y piden que se tomen en serio a las dolencias mentales.
El 58,3 % de los españoles de entre 15 y 24 años dice sentirse “a menudo” ansioso, nervioso y preocupado y el 36 % “a veces”, según reveló Unicef esta semana en un informe donde también reflejaba que uno de cada siete adolescentes de 10 a 19 años en todo el mundo tiene un problema de salud mental diagnosticado y casi 46.000 adolescentes se suicidan cada año.
Beatriz Castro pasó por una depresión cuando tenía 17 años pero ni su familia, ni sus amigos y ni ella misma supieron ponerle nombre a ese sentimiento de tristeza constante, por lo que no llegó a acudir a ningún médico.
“Años después me volvió a pasar, al principio seguí ignorándolo porque podía levantarme, ir a clase, ser funcional, pero hubo gente a mi alrededor que había pasado por ahí, me dijeron que debía tratarme y en terapia me di cuenta de todo”, dice esta joven de 26 años.
“La conciencia global de que todo va a peor no nos ayuda“, dice de una generación tildada con “desatino” como “frágil”: “hay un estigma con la fragilidad, pero por qué ser frágil es malo, si implica fractura y de ahí construcción, es algo bueno”.
Algo similar sostiene Isabel García, paciente también de salud mental y quien tras pasar sin ayuda por una depresión a los 29 años, acudió a una psicóloga en un segundo episodio más profundo.
“Pienso en mi generación que tiene que hacerse cargo de la competitividad o la precariedad y entiendo que estemos así, pero tenemos la suerte de verbalizarlo y estamos rompiendo a buen ritmo el tabú de la salud mental aunque no va en paralelo al servicio de la salud pública”, enfatiza.
“En España va al psicólogo solo quien puede”, dice a EFE Patricia Jiménez, quien explica que una sesión en la capital española puede costar desde 50 a 120 euros.
A la falta de profesionales en el sistema público, su suma el precio para poder acceder a un tratamiento adecuado y continuo, por lo que muchos pacientes solo acuden a la sanidad pública para tratar ataques puntuales con fármacos.
“Yo lo recibo todo privado, a la pública solo he ido cuando he tenido picos de ansiedad, la gente que conozco que ha ido la han atendido cada mes y una terapia si no es semanal deber ser como mucho quincenal, en un mes te puede pasar de todo y tu cabeza tener ese sufrimiento”, afirma.
La prevención del suicidio empieza hablando de él
Marta Oliver ha estado 19 veces ingresada en algún hospital psiquiátrico y también ha intentado suicidarse. Sobreviviente del atentado yihadista del 11 de marzo de 2004 en Madrid, vive con un diagnóstico de trastorno de la personalidad, estrés postraumático, duelo patológico y depresión mayor.
Ayuda a otros contando su historia de “muchas malas experiencias” con el sistema público de psiquiatría.
“Me sentía secuestrada, con una sobre medicación excesiva y brutal, que me han provocado muchos efectos secundarios, entre ellos engordar 30 kilos en dos años, con lo que eso supone para el autoestima”, relata a EFE.
Tiene claro que para poder prevenir el suicidio -“unas muertes que parecen políticamente incorrectas”– lo primero es “hablar” de ello.
“El suicidio es un tabú, pero en 2019 hubo 3.671 suicidios, uno cada dos horas y media y nadie hace nada al respecto”, critica antes de pedir que no se aísle a los pacientes de salud mental: “lo primero es decirle a la sociedad que estamos aquí, tenemos algunas dificultades, pero somos personas igualmente válidas”.